Ochenta y tres minutos viéndote estancada,
observando tu mirada, y tus pupilas disparaban
proyectando donde estaba yo.
Me hacia voluntario un blanco de disparo,
para morir solo como quisiera,
tus manos ya muy cercanas,
y las mías tan lejanas,
tan lejanas como tu corazón.
Tu cabeza hacía temblar mis hombros,
tus pestañas me acariciaban,
aunque no te encuentre acá
yo se que estás, siempre estás.
Aprendí donde buscar,
pese a nunca encontrar,
en mis sueños, en mi mente y en mi habla,
a mi lado siempre estás...
No hay comentarios:
Publicar un comentario